Consejos de nuestra psicóloga

Educando a nuestros hijos en sus emociones

En la década de los 90’ ocurrió un giro en la educación, cuando autores como Daniel Goleman acuñaron el concepto “Inteligecia Emocional”. Todos hemos escuchado hablar de este término alguna vez, sin embargo, para algunos no es clara su importancia durante los primeros años de vida. Ahora bien, ¿qué entendemos por Inteligencia Emocional? En palabras simples, es el conjunto de habilidades que permiten tomar conciencia de las propias emociones y las de los demás, junto con la capacidad para regularlas y gestionarlas. Nuestras emociones determinan nuestra relación con el mundo. En un comienzo, la reacción emocional es un mecanismo que se pone en marcha automáticamente, es decir, como una reacción inconsciente e involuntaria. El recién nacido llora cuando tiene hambre y sonríe cuando observa los mimos que le hacen sus padres y, a través del llanto y la sonrisa, se va relacionado con el mundo y con quienes lo rodean. Con el paso de los años comienza a aparecer el lenguaje como mediador y cause emocional, que se pone al servicio de la capacidad reflexiva y, de esta forma, su conducta va adquiriendo cierta flexibilidad. El niño ya no actúa de forma automática ante los estímulos, sino que es capaz de identificar lo que siente y modular su reacción. Sin embargo, para lograr esto se requiere de la ayuda de los adultos, quienes tienen el rol de poner a disposición del niño el lenguaje, permitiéndole leer, entender y elaborar su propio estado emocional.

¿Cuándo es buen momento para educar en emociones?

La educación de las emociones debe comenzar desde el inicio. Como el mismo Goleman (2003) escribió “es más sencillo enseñar a los niños todas las habilidades de la inteligencia emocional durante el período en que está conformándose su sistema de circuitos neuronales, que tratar de modificarlos luego”. En este sentido, la educación en inteligencia emocional en los primeros años de vida ayuda a generar mecanismos de regulación del comportamiento socialmente adecuados, a disminuir la ansiedad y el estrés, aporta a un mejor manejo de conflictos y a una mayor tolerancia a la frustración; en definitiva, produce un mayor bienestar emocional.

¿Cómo educar con Inteligencia Emocional?

En algunos contextos a los niños se les transmite el mensaje que el más débil es quien llora o que un niño que hace pataletas es “manipulador” o “quiere llamar la atención”. Se les enseña que hay ciertas emociones negativas, como la rabia y frustración, que no se debieran sentir. En cambio, enseñar con inteligencia emocional es hablar de emociones agradables y desagradables, no de emociones positivas y negativas. Y, en este sentido, por más desagradable que sea una emoción, es válida y se debe aceptar. Por lo que un padre que educa en emociones, le enseña a su hijo que no lo hace más fuerte no sentir, no ser vulnerable, sino que es más valiente si pide ayuda, pudiendo reconocer lo que le está ocurriendo. Esos padres evitan decir “no te frustres” y, en vez de ello, se muestran como una figura de apoyo, ayudando al niño a identificar lo que siente, enseñándole que está bien que se sienta frustrado y entregándole herramientas para poder lidiar con ese estado emocional. Como se dijo anteriormente, el niño preescolar es fácilmente desbordado por las emociones, las que emergen en forma de conductas. Es muy dañino para la autoestima de un niño, que vive sus emociones de manera vívida y que posee escasos recursos de elaboración, que el adulto minimice o descalifique sus problemas. Cuando un niño está alterado, debemos primero atender su emoción, sintonizando con él para que se sienta “sentido”. Y esto más que ser empáticos con él y ver cómo me siento en sus zapatos, es poder visualizar cómo ese niño se siente en sus zapatos. Por ejemplo, cuando un niño de tres años llora y se enrabia porque no logra subirse al mismo juego del patio como sus hermanos mayores, no es el momento adecuado para darle la explicación lógica de que aún le falta crecer y tener más fuerza para poder lograrlo. Lo que sí es efectivo, en ese momento, es escucharlo sin interrumpirlo, entregarle contacto físico, una expresión facial empática y hablarle con un tono tranquilizador.

Es decir ¿siempre debemos aceptar y validar su comportamiento?

Una vez que esté más tranquilo y no desbordado emocionalmente, es momento de ayudarle a entender qué le está pasando y darle sentido a su experiencia: poniendo orden y nombre a sus sentimientos intensos “entiendo que ahora sientes rabia porque no logras subirte solito a este juego, como sí lo hacen tus hermanos mayores”. Como ven, se valida lo que siente y su experiencia. Se le refleja qué le está ocurriendo, qué le ocurre a nivel corporal y a nivel de pensamiento, poniéndole un nombre, para luego entregarle herramientas y estrategias de solución. Es importante comprender que hay ciertas emociones básicas como la alegría, ira, tristeza, miedo, asco que son primarias y que no podemos controlar que aparezcan, lo que sí se puede controlar es el uso que se hace de ellas. Y desde ahí, una vez que el niño se ha podido calmar, se facilita la expresión modulada de su emoción. Se deben poner límites para expresar lo que siente, no porque tengan rabia van a golpear a alguien. En este sentido, el adulto rechaza su conducta, no el cómo se sienten.“Entiendo que te de rabia, pero no por eso vas a golpear a tu compañero. ¿Por qué no me cuentas lo que pasó?”. Otra técnica efectiva es cambiar el foco de atención “Sé que estás enojada porque no podemos ir al parque, pero estás resfriada. Podemos jugar a las plastilinas. Mira deja que te muestre”. Todo esto acompañado de un lenguaje no verbal adecuado a su etapa de desarrollo: ponernos a su altura, mirarlo a los ojos, expresión facial cálida y cercana. Otra estrategia puede ser proponerle ejercicios que lo puedan calmar, como salir a caminar o respirar más lento. Por lo tanto, la reflexión guiada se realiza cuando el niño está más tranquilo, momento en el que estará más abierto y atento para entender qué pasó y enseñarle formas más adaptativas de manejo “¿qué podrías hacer la próxima vez que tengas celos y no pegarle a tu hermana?”. Por último, los padres deben saber que siempre es importante reforzar a sus hijos, quienes buscan constante aprobación. Felicitar que logró calmarse y controlarse, o agradecerle que nos contara cómo se sentía, para así empoderarlo en sus capacidades y proporcionarle mayor seguridad en sí mismo.

Josefina Uriarte G.